NUBES

Han pasado los días y hemos vuelto de forma natural, sin síndromes, como nos fuimos. Acaso no seamos más que seres hechos de tiempo. Del tiempo que las nubes tardan en dar la vuelta a la esquina del viento ábrego. Del tiempo que el árbol tarda en florecer y deshojarse dejando desguarecidos a los pájaros en las tardes, y en las noches largas de los inviernos fríos. Del tiempo que la luna reina en las dehesas iluminándolas y dejándolas después en la orfandad absoluta de su luz…

Como el Sol a la Tierra, la mano ancha del hombre acaricia al perro fiel en el silencio del campo, mientras piensa en aquel tiempo de la niñez. Silencio. Acaso eso seamos. Y eso sólo. Seres hechos de Tiempo y de Silencio. Como, al mirar los muros de piedra de estos pueblos antiguos de Los Pedroches, siento.

Dadme, nubes, la lentitud del pájaro único, el latido libre de su corazón en el aire de la cumbre donde su aliento bebe. Dadme la dignidad de su vuelo, el aprendizaje de las palabras altas que dibujan sus alas. Dadme, nubes, desde vuestra altura, el hallazgo de la piedra pequeña del camino, del guijarro humilde que en el agua clara de los arroyos ondea. Dadme, nubes, la honradez de la hormiga que agradece vuestra sombra en la canícula mientras arrastra, afanosa, paciente, al hormiguero el grano de la cosecha abundante.

Nubes de todos los otoños, dadme los nombres de todas las cosas: que sepa labrar la palabra como tierra a la labor del labriego, y a la simiente, abierta. Que florecer bien y dar sus frutos quiere, luego. Las lluvias a tiempo del Tiempo y del Silencio.

¡Oh, nubes! Acaso, sólo seamos esto.