Una vez leí…

   Érase una vez un viajero que llegó desde un lugar lejano a un pueblo en el que no había libros. Se sentó a descansar en la plaza mayor y sacó de su morral un viejo volumen de cuentos. Cuando empezó a leer en voz alta, los niños, que nunca habían visto nada semejante, se sentaron a su alrededor para escucharlo.

   El visitante relató historias que fascinaron a sus oyentes y les hicieron soñar con fantásticas aventuras en reinos maravillosos. Cuando terminó, cerró el libro para volver a guardarlo en su morral. Nadie se percató de que, al hacerlo, escapaban de entre sus páginas algunas palabras sueltas que cayeron al suelo.

  El viajero se marchó por donde había venido; tiempo después, los habitantes del pueblo descubrieron el pequeño brote que elevaba sus temblorosas hojitas hacia el sol, en el lugar en el que habían caído las palabras perdidas.

  Todos asistieron asombrados al crecimiento de un árbol como no se había visto otro. Cuando llegó la primavera, el árbol exhibió con orgullo unas hermosas flores de pétalos de papel. Y, con los primeros compases del verano, dio fruto por primera vez. Y sus ramas se cuajaron de libros de todas clases… […]  Laura Gallego García.

Bárbara Jiménez en el Grupo de Lectura del Hospital Jesús Nazareno de Pozoblanco

Así, ayer, Bárbara Jiménez, narró a los Ancianos de Jesús Nazareno cómo estos libros maravillosos llegaron a las bibliotecas; y cómo, al leerlos, las palabras echan raíces en nuestro corazón… Y les contó, también, cómo se empezó a fabricar el papel donde están escritas éstas palabras del cuento. Y colorín, colorado… todos estuvimos felices leyendo y escuchando.

«Creo que parte de mi amor a la vida se lo debo a mi amor a los libros».   Adolfo Bioy Casares (1914-1999), escritor argentino.